En Pandemonium
Elisa de la Nuez Sánchez-Cascado, aquÃ. Leerlo que no tiene desperdicio.
Estoy totalmente convencido de que todo este pitorreo de los viajes a costa del presupuesto público se va a acabar (si se acaba) por una razón puramente estética. Es decir: estoy seguro de que los polÃticos no entienden en absoluto qué es lo que están haciendo mal en este terreno. Probablemente creen que la indignación ciudadana por este tema se debe a la envidia o a la demagogia. Y es probable que renuncien a esos viajes, temporalmente, por una cuestión de buen gusto, como el que decide no comerse una tartita de nata frente a un pobre de solemnidad que pide limosna en medio de la calle. Es altamente probable que los polÃticos no entiendan que, en la vida real, la gente trabaja en su despacho, sin levantar el culo de la puta silla, y que el 90% de los viajes de negocios son totalmente prescindibles. Y más en una época en la que es perfectamente factible hablar con un interlocutor que está, digamos, en Tokyo, cara a cara, durante todo el rato que quieras, sin gastar ni un duro. Con el ordenador, el iPad o incluso el móvil. Joder, yo mismo lo hago a diario. Gratis. Otra cosa es que utilices tu trabajo como excusa para pegarte el viajecito de placer, para escapar de la rutina diaria o para irte de putas con tus amigotes durante la convención de comerciales del sector de tuberÃas galvanizadas. Que un defensor del pueblo se dedique a dar la vuelta al mundo a cargo del contribuyente deberÃa ser motivo suficiente para inhabilitar a este tipo de por vida. ¿Hay algún trabajo más localista y que requiera menos contacto con el extranjero que el de un defensor del pueblo? Es que si habláramos de un diplomático, o de un alto funcionario del ministerio de Exteriores, o del vicepresidente del Gobierno, tira que te vas… pero ¿un defensor del pueblo?
Vamos, hombre. A tomarle el pelo a tu tÃa.